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Ana Meza

Algodón


Ana Meza, 3ro Medio


Pareciera tan solo ayer que me enviaron esa foto de ti, recostada en el sillón, con ropas rojas de puntos negros que simulaban los de una mariquita, supe en cuanto te vi que estábamos destinadas a encontrarnos, tus pelos rizados que casualmente han estado por generaciones en mi familia, tus ojos negros que estaban mirando a todas partes, todas partes menos a la cámara que te apuntaba, estos, aun así, me parecieron los más resplandecientes, incluso desde la pantalla de mi celular.


En cuanto menos lo supe, ya estaba en mi camino a buscarte, recuerdo las conversaciones durante esa larga hora. ¿Cómo te llamaríamos? ¿Cómo te comportarías al llegar a casa? ¿Serías tranquila o todo lo contrario? ¿Te agradaríamos? En mis pensamientos siempre estaba presente la idea de no ser lo que mereces. Cuando arribamos a aquella pequeña casa en un lugar de Alerce que jamás había visto, no me tomé el tiempo de detallarla, porque ahí estabas tú, opacando al resto. Recuerdo que la muchacha que te tenía en brazos (que imagino tendría menos de treinta y cinco años) nos agradeció amablemente, nos contó que no podía quedarse contigo, pero que sin embargo, te tomó cariño, y pues, no la culpo. Todo pasó tan rápido, primero era yo, y luego, éramos nosotras. Tus cabellos blancos, llenos de tierra seca, tus ojos lagañosos, tus pequeñas orejas y aquellos ojos, tan negros como la noche en otros lugares del mundo, fueron la primera imagen real que tuve de ti. Tenías una mirada tan perdida como tú, explorabas tu alrededor desde la altura de sus brazos, y luego, desde los míos, me oliste, ensuciaste mi polerón blanco con tus pequeñas patas sucias y yo, yo me sentía plena, podía sentir a la pequeña versión de mí misma saltar de felicidad, pues te había estado esperando por más tiempo del que piensas.


Perdí la cuenta de la cantidad de veces que casi te dejo caer debido a lo mucho que te movías, mirabas adelante, mirabas a los lados, y mirabas atrás, pasabas encima de mi hermano y de su amigo, que nos había acompañado ese día, intentabas llegar con mi mamá, buscando olerla, así como a nosotros, me preocupé, pues de verdad pensé que en algún momento de harías daño de lo tan inquieta que se encontraba tu mente reflejada en tu cuerpo canino. Recuerdo que surgieron de nuevo las mismas conversaciones, esta vez, ya nos hacíamos una idea de las respuestas. Durante el transcurso de esa nueva hora, yo intentaba conseguir una foto perfecta junto a ti y a pesar de que no lo logré, no pude quedar más conforme con el resultado.


Te llamamos Gala, aunque estuvimos muy cerca de llamarte Rosa, o Lola, incluso Perrita en alemán, y siento que no se nos puso ocurrir un mejor nombre. Descubrimos, también, que eras bastante pacífica, calmada, pero cuando quieres, puedes correr de una forma característica, pues se asimila a los saltos cotidianos de un conejo. Sin duda, lo que más me parece irónico, es que de todos nosotros, tu favorito, a quien consideras el líder de la manada según dice Google, es mi papá, quien era el menos entusiasmado con tener un miembro nuevo en la familia, claro que, no se me ocurre quién se podría resistir a tu divertida presencia.


Han pasado dos años, y tú, sigues haciéndome igual de feliz que ese primer día, al igual que quiero provocarte la misma felicidad, pues supe desde entonces, que más que mi mascota, serías mi mejor amiga.



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