Tomás Gutiérrez G.
IV° Medio
Todavía recuerdo ese desafío que no me dejaba en paz, esa misión que no puedes dormir y lo único que quieres es completarlo.
Tú, fuiste una de las razones por la cual soy como soy hoy.
Cada día intentaba e intentaba subirte, pero no podía, sigilosamente un pajarito me observaba atentamente, volaba y pasaba por cada rama de este hasta subir.
Él era un escudero, protegía de la omnipotente solana y del lagrimoso cielo, con sus grandes hojas y su tronco vetado que lo mantenía fuerte todos los días.
Lo miraba, lo abraza, lo miraba y lo abrazaba de nuevo, necesitaba llegar a tu copa y poder ver lo que escondías, no podía dejar que se pase invicto.
El día de la verdad llego, tomé con mis manos tu primer brazo, luego puse mis pies en tu tercera y cuarta rama, al abrazarte, me convertí en una oruga y sujetándome en tus amorfas ramas, pude llegar a tu corona, mejor dicho, ser tu corona.
Ese resplandeciente atardecer, acompañado del mar, sus barcos pesqueros, cabañas con su trabajo nativo, bandada de gaviotas, no estoy seguro si eran toninas o era otro animal y el infinito ejército de los árboles. Gracias a este recuerdo de mi niñez, puedo entender lo espectacular, bello y peculiar que es el planeta Tierra, sus seres vivos y la naturaleza.
Una obra de arte