Copito

Francisca Salazar Q.

Cuarto Medio

Recuerdo el calor sofocante dentro del auto rojo, estaba impaciente por llegar a la casa de las plantas. Después de un largo camino de medio día de distancia y los infaltables “¿cuánto falta?”, finalmente llegué a mi destino. Me paré frente al portón y ahí fue donde te vi, mi Pequeño. Alegre movías tu cola esponjada de un lado a otro mientras corrías hacia mi, aún recuerdo tus ojitos de aceituna y tu nariz rosa descolorida por los antibióticos, tu pelo sedoso brillaba con el sol y ladrabas contento, impaciente por nuestro reencuentro. Recuerdo esas innumerables tardes en las que salíamos a jugar y luego, acalorado te recostaste en el piso helado de la sala para escapar del calor, yo te acompañaba y me tumbaba a tu lado, siempre juntos.

Pasaron los años y cada vez veía más a mi Copito cerca del suelo; ya no jugabas como antes, dejaste de ladrar. Parecía que cada día que pasaba se te hacía más difícil aguantar el calor, tu cuerpo perecía y parecía estar derritiéndose como la nieve con el sol. Entonces entendí que ya estabas cansado, así que te hablé y te abracé como si fuese la última vez, toque tu suave pelaje como si no hubiese nada más y me despedí con todo el cariño que tenía por ti, por si lo necesitabas para llegar a tu destino.

Nos separamos, yo volví a casa, seguí con mi vida con la esperanza de poder verte otra vez en el verano. Pero olvide que la nieve no dura por siempre, todos esos copos caídos eventualmente se derretirían con el sol, así como tú caíste sin previo aviso. Desapareciste, pero yo sigo recordándote y sé que en paz te fuiste, se que tu corta vida de perrito fue alegre y llena de amor. Y mientras yo siga en pie estarás presente en mi memoria, hasta el día que yo también caiga como como tú, mi Pequeño copito de nieve.