CONSTANZA VALENTINA REYES ALOCILLA
3medio
Recuerdo cuando tu llegaste, mi oso de peluche. La primera vez que te vi, como regalo de navidad,
te volviste mi razón de dormir. Con tu esponjosa y suave tela de velvetón y tu color marrón claro.
Tus ojos fríos y duros, de canicas negras, tu sonrisa cosida con hilo negro y lo que más me gusta de
ti, tus orejas. Esas que cuando tenía miedo, apreté con todas mis fuerzas, incluso las llegué a
romper. Estaba tan triste de haberlas roto, te hice daño y lo lamenté. Mi mamá te cosió y me
prometí tener más cuidado. Te pedí perdón y te regalé tu polerón, uno que robé de mi hermano
pequeño, porque no quería que tuvieras frío. Te escogí uno negro, mi mamá decía que ese color
era amigo del sol y más abrigado te sentirías. Me preguntaba ¿Por qué llegaste tu? había pedido
otra cosa al viejo pascuero, pero viniste tu. Solo eras un peluche, no cabía lo divertido, yo quería
una casa de muñecas. Te encontraba aburrido. Pero tu me enseñaste muchas cosas, me enseñaste
que no estaba sola, un sentimiento de paz y seguridad. Te sentías igual que yo, tal vez porque te
echaba de mi perfume para que huelas bien. Eras mi cruz, me protegías de la lechuza que le
llenaba de plumas en la boca a los niños, tú también lo escuchaste, estábamos los dos en la clase
de lenguaje, la tía rosita lo dijo, sentí miedo y sé que tú también, pero igual me abrazaste.
Llegó mi cumpleaños ocho y le pedí a mi papá que te haga una cama para ti, una más pequeña,
para que podamos dormir solos. Ya era más grande, o así me sentía. Pero no podía dormir sin tu
presencia, así que dormiríamos en la misma pieza. Entonces, en un fin de semana, mi papá
termino tu cama. Hasta te hizo una mini frazada y una mini almohada, para tu mini cama. Pero no
la ocupaste casi nada, seguiste durmiendo a mi lado.
El canal de títeres que daban en la noche me daba mucho miedo, pero tú eras un peluche, eran
como tu familia y no sentías lo que yo. Por eso te buscaba, porque sabia que, si estabas conmigo,
no me harían nada. Nos levantábamos de mi cama y corríamos hacia la tele para apretar ese botón
central y apagarla. Gracias a ti, desaparecían esos títeres que me amenazaban, sobre todo el
pájaro verde enorme, gigante, con plumas de colores. Me dabas el valor de salir de mi cama y
recorrer ese largo pasillo, que de día era corto. Cada noche que se presentaron, los derrotamos.
Esos enormes y aterradores títeres ya no nos asustaban.
Ayer te perdí, no debí llevarte allá. En el santa, tarde, muy tarde, ya casi cerraban. La luna estaba
en lo alto y era un frio típico de invierno, uno seco, que al respirar te hacías doler la nariz y al
exhalar creabas el vaho. Estaba en la caja para pagar, me subí al auto y buscándote, me di cuenta
que ya no te cargaba. Le dije a mi mamá, me puse a llorar, pensaba que ya no te vería más. Tenia
miedo que un ladrón te llevará y te hiciera daño, o tal vez te hayan botado a la basura y te quedes
solo. Pero tenía fe de que en algún lugar estarías.
Volvimos al supermercado, el guardia nos hizo el favor de pasar, te fui a buscar, donde yo creía
que te había olvidado. Ya no estabas, buscamos y buscamos, pero teníamos que irnos. Te lo digo,
yo no quería. Se que te fuiste a ayudar a otro niño, me lo dijo mi mamá. Me gustaría que me lo
hubieras dicho. Ojalá estes en el lugar indicado y sigas con ese polerón, sé que te abrigará.
Lamento nunca haberte puesto un nombre, pero aun así te recordaré y sé que también me
recordarás.
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