El tata
- Mathilda Sigel
- 1 may 2023
- 2 Min. de lectura
Mathilda Sigel
III° medio
Aún recuerdo el último día que disfrute de tu presencia y de mis manos curiosas acariciando tus dulces arrugas que albergaban diferentes historias con el paso del tiempo.
Estabas en la mesa del comedor con el olor amaderado característico de la casona que casi siempre acostumbraba a acompañarte. El té y pan con mantequilla sobre la mesa al lado del diario en el que tanto me gustaba dibujar estrellitas porque me recordaba a las arrugas cerca de tus ojos, que quiero creer que aparecieron allí por reírte mucho a lo largo de tu vida. Cuando crecí empecé a tomar la once tal y como lo hacíamos, ya que según yo, sigue estando tu presencia en cada taza de té y en cada pan con mantequilla me recuerda a tus arrugadas y para mi pequeña perspectiva tus suaves manos con olor a hoja de diario, tomando el cuchillo y untándolo en la débil mantequilla en dos pedazos de pan, listos para ser compartidos.
Te encontrabas sentado en tu silla y yo estaba sentada en tu ya cansado regazo, ya que con el simple hecho de verte leer el diario mi corazón bailaba y se llenaba de alegría, pasabas la hoja con cuidado como si se tratase de una frágil cáscara de huevo después de romperse para luego mezclarse en una rica masa de pan o galletas, casualmente llegaste a la hoja donde muestran las defunciones de los últimos días, en ese momento ninguno de los dos sabíamos que al otro día el hermoso y peculiar nombre como Leoncio Toledo llenaría el vacío en una esquina del diario en la tan temida sección del obituario.
El espacio en la mesa del comedor, el hueco en el tan querido y tufo sillón, el diario de los siguientes días y una pequeña niña se preguntaban en donde estaba el dulce ancianito portador de la más linda sonrisa y humor, que rellenaba esos vacios correspondientes, aunque tu colonia con olor a tabaco y café, tus lentes gruesos, tu uniforme de aviador, tu dulce presencia y olor a viejito atacado que yo en ese entonces asociaba con olor a hogar. Donde tres generaciones seguidas de mi abuela, mi mamá y yo, creen que sigue presente tu persona en la gran casona amaderada y vieja, que tu olor nos abraza a la hora del té y nos hace olvidar que después de un día de cariño, tu corazón ya no acompañaría a tu cuerpo en cada movimiento, tus ojos café profundo nos dejaría de mirar y que tu tan amada alma ya no compartiría en espacio y tiempo con nosotros. Esperando que al hablar y recordarte cada 21 sea un rito y sepas que donde seas que estés, yo no he olvidado a mi querido tata leo, como usualmente solía llamarte este siempre vigente y que no desaparezcas de mi tan adorada memoria.
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