FRANCISCA ALEJANDRA CAMPOS MILLAPEL
4to medio
Aún recuerdo el día en que revisé la repisa de discos que tenía mi madre. En aquel entonces
yo tenía alrededor de 13 años, y estaba descubriendo mis gustos musicales. Mi mamá me
contó que un lado de la repisa tenía discos suyos, y el otro lado tenía CDs de su hermano,
quien habría dejado aquellos discos como parte de su legado.
Yo en ese momento era muy fan de una banda británica llamada Coldplay, y descubrí que mi
tío tenía 3 discos que me gustaban mucho: Parachutes, A Rush of Blood to the Head y X&Y.
Mi madre simplemente me dijo que podría llevarlos, y dejarlos en mi pieza. Yo, muy
supersticiosa, temía que a él le molestara que me llevara sus CDs, pero cuando les di un
espacio en la repisa de madera clara de mi habitación, me di cuenta que no pasaba nada que
indicara su supuesto enojo.
Puse entonces uno de los discos en mi equipo de música: abriendo suavemente la caja, creo
que era Parachutes, y cautelosamente saqué el CD con mis dos dedos, con la inminente
ansiedad que me surgía por el miedo a rayarlo, para luego ponerlo en el equipo, y vi como
lentamente el disco iba siendo tragado por este, y apreté el botón de play. Entonces la
primera canción sonó y sentí aquella magia, aquella sensación diferente que se siente al
escuchar música en una plataforma que no sea la del celular, era algo que a pesar de ser lo
mismo, se sentía muy distinto, y le daba un toque especial. Me quedé observando mientras
sonreía, el dispositivo de música, el cual con sus números naranjas indicaba cuánto tiempo
duraba la canción y simplemente movía mi cabeza al ritmo de las canciones. Mi madre y mi
padre concuerdan en que el gusto por los CDs lo había heredado de él, aunque también se
que muchos de mis gustos los heredé asimismo de mi padre.
Durante aquellos años, todo sentimiento de dolor que había reprimido en mi niñez cuando
mi tío se marchó al otro lado había vuelto, con dureza. Ya habían pasado 10 años de aquello.
Yo aún tenía los discos de Coldplay, pero no los escuchaba con mucha frecuencia. Por alguna
razón el hecho de que él ya no estuviera me hacía sentir culpable, y algo yo tenía que hacer
para probarme lo contrario. Después de todo, era sólo una niña. ¿Qué más podría hacer?
Pensaba en las veces que me hubiera gustado que estuviera aquí, que estuviera presente
físicamente en mi crecimiento, en mis cambios, y en los de mi familia, junto a sus logros, y
también pensaba en el hecho que no estaría para mi licenciatura.
Pero nada podía hacer.
Pasaron dos años. Y mi pena la sigo trabajando, pero ya no es tan fuerte como lo fue antes,
menos mal. De repente me había acordado de los discos. Ahora ya no estaban en la pieza de
mi madre, sino que estaban en la habitación que solía ser la oficina de mi hermano. Mis
gustos musicales se agrandaron, y ya tenía más bien definidos qué artistas me gustaban más.
Una tarde, más bien en la noche, entré y me fijé en la repisa de la oficina, que ahora era
familiar. Tanto los discos de mi tío como los de mi madre estaban allí. Yo siempre me fijé
más en los de mi tío, ya que tenía más discos de los artistas que me gustaban. Y descubrí que
tenía CDs de tres bandas que me gustaban mucho: Cocteau Twins, Soda Stereo, y Depeche
Mode, además de que tenía un disco que planeaba comprar.
Depeche Mode me encantaba, y siempre me recordó a mi tío, en especial la canción Enjoy
the Silence. Me acuerdo que siempre la ponía cuando era niña. Tomé los discos con una
felicidad que sorprendió a mi madre y fui
corriendo a mi pieza. Ordené los CDs en mi repisa, en orden alfabético, y decidí cuál disco
escucharía primero. Me fui por uno de Depeche Mode (específicamente The Singles 86>98),
y cuando sonaban las canciones que más me gustaban, le iba subiendo el volumen, y me iba
moviendo con el ritmo cautivador de la banda británica.
Siempre he atesorado aquellos discos, me hacen sentir que a pesar de no estar físicamente,
mi tío sigue aquí, y aquello ha ayudado a disipar mi tristeza.
Comments