Constanza Reyes III°
Habíamos llegado a la clínica a las siete pm, un día de semana. La cesaría estaba programada para
las nueve pm. El estacionamiento clínico estaba vacío y nos aparcamos a no más de cinco metros
de la entrada, donde una vez dentro, nos dirigieron a la habitación donde esperaríamos la hora de
finalizar este largo proceso de casi nueve meses.
Cuando entramos al cuarto, no pude evitar pensar en estas celdas acolchonadas de los psiquiátricos. Todo de blanco: la camilla blanca, con sábanas blancas, las dos sillas que acompañaban a esta, también blancas, junto con un mueble pequeño, igual blanco, que sobre esta
había una lampara clásica que ¿adivinan? Blanco. Y la cereza del pastel sería el piso y las paredes,
que complementaban este ambiente albino. Lo encontraba innecesariamente pobre, ni siquiera
un cuadro que ofrezca un poco más de color. Lo único que salvaba un poco el ambiente era la tele
pegada a la pared, que quitaba un poco el aburrimiento.
El futuro era incierto, desconocido ¿Cómo me debía sentir? Mi mente me decía que debía estar
emocionada por el nacimiento, pero mi corazón se sentía temeroso y nervioso, pensando solo en
las cosas que podrían salir mal. Culpo al internet de esto, más específicamente de YouTube, por
llenarme mi hipocampo de solo 10 años con historias trágicas y finales desgarradores. todavía
recuerdo el cortometraje del perrito donde Moria su dueño, que me tuvo días llorando, o la
narración del bebé y sus vivencias dentro del vientre de su mamá. Videos que te dejan marcado y
hasta los días de hoy recuerdo.
Todas esas historias se me venían a la mente, que tal vez no tengan mucha relación con el
momento que estaba viviendo, pero si los sucesos deprimentes que podrían pasar y encogían mi
corazón. sentía miedo de volver a sentirme así, con ese vacío que me quedaba luego de presenciar
esas historias y que algo pudiera salir mal. Era mi primera vez experimentado esto, pero me calmé
un poco al ver a mi mamá. Me inspiró un aire de calma y serenidad que me ayudó a autocontrolarme. Su cara con una sonrisa que desprendía felicidad y confianza. Arreglada de pies a cabeza, con olor a champú, las uñas hace poco limadas y redondas, los labios pintados y pestañas encrespadas. Ese pelo que era muy voluminoso, pero que cuando se lo planchaba, quedaba hermoso. Se veía como siempre y eso era todo lo que necesitaba ver.
Talvez estaba así ya que en esta ocasión era solo una bebé, y no unas mellizas, como lo fuimos mi
hermana y yo. En ese lapso de 2 horas en esa habitación albina, abrazaba y acariciaba a mi mamá
con su pequeña panza de embarazada. Ella tenía 38 años y desde que me dijo que esperaba una
nueva vida, siempre pensé que se había apresurado en tenerla. En ese entonces tenía solo 10
años, pero cuando crecí entendí el porqué. Después sería muy mayor.
Había llegado el momento, el reloj marco las 9 y muy puntual llegaron las enfermeras. Nos
pidieron que saliéramos de la habitación y mi hermana y yo nos fuimos con mis abuelos a la sala
de espera. La habían llevado al quirófano, para dar a luz a la bebé por cesárea. A mis 10 años, era la hermana mayor de la familia, junto con mi hermana melliza. También teníamos un hermanastro pequeño, pero él estaba en casa con su mamá.
En la sala de espera nos acompañaban nuestros abuelos, mis dos tías y cuatro tíos. Todos ansiosos
por conocer a la nueva integrante de la familia, pues era la tercera nieta entre 9 nietos varones.
Sentía una mezcla de emociones en mi interior: emoción por la llegada de la nueva bebé, pero
también pánico por la operación de mi mamá. No podía evitar pensar en lo asustada que debía
estar ella en ese momento, pues aunque ya hubiera vivido esa experiencia, también esta el hecho
que le abrirían el estómago y yo creo que cualquier humano temería aquello.
Mi interior era como agua y fuego, y el agua intentaba apagar el miedo.
Miraba a mi hermana melliza, que estaba jugando con su teléfono y en una medida de evadir la
ansiedad, jugamos las dos juntas Minecraft. La verdad no era Minecraft, era “block craft 3D:
simulator” ya que no sabíamos cómo pagar la aplicación original por internet y a mi mamá le
daban miedo las estafas, pero nosotras éramos felices con la copia. Jugamos hasta que sorpresivamente el celular se apagó de la nada y no habíamos llevado cargador. Fue lamentable ya
que llevábamos muy avanzado nuestro mundo y como no habíamos guardado el proceso, se
eliminaría todo.
Empecé a analizar la sala de espera y tenía un olor característico a hospital, como lysofont, y se
mezclaba con el aroma a manjar del perfume de mi abuelita, que se sentía al metro de distancia
que estábamos. Esta combinación me hizo sentir nauseas, tal vez porque no había comido nada o
quizá porque esta combinación no queda para nada bien juntas.
Pensaba en cómo sería la nueva bebé. ¿Sería una beba blanca, de ojos verdes y pelo crespo como
su papá, o talvez morena, con pelo liso y unos ojos cafés oscuros como mi mamá? ¿Sería una bebé
llorona o una bebé tranquila? Mis abuelos y tíos debatían lo mismo y hacían chistes de que ojalá
no salga con la nariz ancha de mi abuelo.
Tenía mucho sueño, ya había pasado una hora y estaba cansada. Mis pensamientos, que tenían de
protagonista a la bebé, se me habían acabado. Los asientos que se ubicaban frente a la ventana
eran muy incomodos y sentía el deseo que querer acostarme en el piso, pero cuando ya me había
tentado en hacerlo, escuchamos el sonido de unos pasos acercándose. Era Toño, que apareció en la puerta y anunció la llegada de la nueva bebé. Los abuelos y tíos se pusieron en pie, emocionados por conocerla. Nosotras, las hermanas mayores, nos quedamos sentadas, mirándonos la una a la otra y preguntándonos cuando la podríamos ver.
Finalmente, llegó el momento de conocer a la nueva integrante de la familia. Todos nos acercamos
a la ventana, y a través de ella se veía a la bebita en una cuna de cristal. Cuando la empecé a
inspeccionar, me di cuenta que era muy pequeña y roja. Me asuste porque en su cara se le veían
unas especies de mini bultos muy chiquitines, pero me comentaron mis abuelos que era común en
bebés bien alimentados ¿será esa la verdadera razón? No lo sé, pero me quede satisfecha con esa
explicación.
La pequeña lloraba y lloraba. Tenía una cabeza llena de cabello oscuro y rulos, pero a causa de su
lloriqueo, no pude verle los ojos. No podía dejar de sonreír al verla, apoyando mis manos en la
ventana que nos separaba. Aunque entre nos, he de admitir que era bastante fea, con unos
cachetes enormes, unas manos muy arrugadas y cara de malhumorada. Los abuelos y tíos estaban fascinados con ella, tomando fotos y compartiendo sus impresiones. Todos comentaban que se parecía a mi mamá, pero mire por donde la mire, no encontraba similitud.
La bebé fue trasladada junto a mi mamá a la misma habitación albina donde había empezado
todo, pero no pudimos verla hasta el día siguiente, ya que el hospital no permitía visitas tan tarde.
No me gusto la idea, pero solo me quedaba ser paciente. Mis abuelos nos llevaron a su casa a
dormir y nos prometieron que en la mañana iríamos a verla, pero no aguante las ansias y llame a
mi mamá por el celular de mi abuelita. Me dijo que había salido todo bien y que mi hermanita se
encontraba durmiendo, que al día siguiente nos veríamos. Después de eso mi abuelita nos dio
antes de dormir una leche de vainilla con galletas vino y subimos al segundo piso a acostarnos en
la ex pieza de mi mamá, mi tía Cathy y tía Sandra, aunque ya no quedaba ni una esencia de ellas,
de su juventud. Todo estaba guardado en cajas, en la bodega. Como lo primeros patines de mi tía
Cathy o las muñecas de trapo de mi mamá, como también los jeans de mi tía Sandra, una talla más
chicas que su talla real. Ahora solo se encontraba una cama grande, un mueble y un closet vacío.
No podíamos dormir, lo intentamos, pero la casa de mi abuelita daba mucho miedo de noche,
porque toda la casa tronaba y se escuchaban ruidos raros, como un ser de otro mundo caminando
por el pasillo. Todo lo asociábamos con cosas paranormales y fantasmas. Mi hermana y yo estábamos asustadas y fuimos de hurtadillas, pero de manera rápida para que el ser extraño no
nos atrape, a la pieza de mis abuelos, pidiéndole a mi abuelita que se fuera acostar con nosotras.
Era una cama de dos plazas y después de eso dormimos plácidamente.
A la mañana siguiente fuimos llevadas, como prometieron, a la clínica. No había nada de tráfico,
todo estaba despejado, pues era día de semana y ya eran las 10 am.
Llegamos a la clínica, y nos dirigíamos a la habitación de mi mamá. Estaba muy feliz y por fin nos
encontrábamos abriendo la puerta, el último obstáculo para verla. Ahí estaba mi mamá e inmediatamente me saludo con un beso en la mejilla. Ya se encontraba despierta y se le veía que
no podía esperar a irse de ahí. No la culpo.
Al lado de ella, se encontraba la criatura, en absoluto silencio, eso me sorprendió. Nos acercamos
a la cuna, cada una tomando un lado de la barandilla. Pude sentir su olor suave y delicado de los
productos para bebé. La pequeña abrió sus ojos y nos miró, unos ojos cafés y profundos. Ahora
entendí la similitud con nuestra mamá. Al fin sentí un alivio inmenso. Ya había pasado lo más
difícil. Ahora solo pensaba que mi hermanita creciera para jugar con ella y enseñarle todo lo que
sabía.
El aroma dulce y suave de los productos para bebé siempre me llevarán de vuelta a ese momento,
cuando nació Catalina.
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